viernes, 30 de abril de 2010

Mi primer día en el IER San Rafael... año 1997


Era muy joven cuando llegué a Chile. Era de madrugada y traía conmigo una maleta verde enorme que me había regalado mi prima y mentora, Patty.

“¡Mierdaaa que friooo!” susurré a Jim al bajar del bus, quien también llegaba a estudiar al San Rafa como yo.

- ¿Qué hora tiene sra. Juanita? – pregunté
- Son las 4 y treinta – respondió.

La sra. Juanita Carrasco, había sido la responsable de promover nuestro viaje; chillaneja de cepa, se había enamorado de un peruano en sus años mozos, con quien años más tarde viajaría a Perú a continuar con la hermosa misión de otorgar oportunidades educativas a campesinos.

Subimos a un radio taxi de color negro con techo amarillo y acerqué una de mis mejillas a la ventana y la sentí helada. Por un momento un pálpito cardiaco me apretó el pecho y me trajo una angustiante sensación de pánico “No me jodas Jorge” pensé. El taxi se detuvo en luz roja; y desde una estación de servicio, un hombre me miró fijamente.
El hombre no lo sabía, pero el muchacho que estaba viendo, no era igual al resto, era bastante pretencioso, arrogante a consecuencia de su autodesprecio y endofobia, rencoroso, mentiroso, misógino; y peor aún, misántropo. Cargaba mucha rabia, complejos, mucho miedo. El niño no le bajó la vista al empleado de la estación. Lo retaba desafiante. “Qué chucha me miras” pensaba el mocoso.

Luego y más allá, tras pasar por una pequeña villa, el auto cruzó la carretera Panamericana, se introdujo por una impresionante alameda y finalmente ingresó al Instituto. En ese mismo instante cuatro jóvenes salían del recinto.
- Son los lecheros – dijo la sra. Juanita – llevan a las vacas a la sala de ordeño –
“Qué emoción” pensé con ironía.

A mi lado venía Jim, tal vez con más miedo que yo, no lo sé. Durante el viaje de 2 días desde Lima, las únicas frases que le había escuchado decir habian sido: “Buenos días”, “Buenas noches” y “Tengo hambre”.

Bajamos del taxi y nos instalamos en los cuartos de huéspedes.
Pocas horas después, decidí tomar un baño antes de salir a desayunar. Me desnudé, ingresé a la tina; y cuando abrí las llaves de la ducha, salté espantado, me resbalé y caí de rodillas en el suelo.
“Tamare esta heladaza esta huevada” dije mientras me reincorporaba. Sentí ganas de llorar.
Recordé cuando con mi viejo fuimos a la sierra peruana y no teníamos más remedio que lavarnos con agua tan helada como aquella. “Qué mierda” pensé. Y continué mi aseo sintiendo por momentos al agua, como si me hincara con alfileres.

Cuando salimos a desayunar, todos nos miraban… “qué me miran” pensaba yo, mientras actuaba un comportamiento normal.
Una mujer de edad sabia e irrevelable, de pelo corto, mirada amable y sonrisa apacible me regaló un tono de voz dulce.

- Yo soy la señorita Nora y soy la inspectora del Liceo – nos dijo. – Si quieren tomarse un baño me dicen para prender la terma chiquillos –

- Gracias señorita - dije, mientras Jim me miraba conteniendo la risa.

- A mí me gusta más el agua fría – le increpé a Jim. Él se encogió de hombros.

No hay comentarios:

Publicar un comentario