No podemos asegurar el rumbo que tomara nuestra vida luego del simple hecho de elegir un kínder, un estilo de ropa, una carrera, un (a) compañero (a), tener hijos ni nada… Uno jamás piensa en lo que va a encontrar luego de tomar decisiones tan aparentemente sencillas, ni lo insospechadamente complejas que pueden resultar a largo tiempo. Es un misterio, encantador misterio.
El año que viajé a Chillán, a mis padres les tocó la complejidad de elegir entre una carrera universitaria y una carrera técnico agrícola para mí. Eligieron la segunda; y no pasó mucho tiempo para sentirme algo arrepentido, frustrado. La primera opción me hubiese traído la satisfacción y la vana creencia de éxito a una muy corta edad (y cuanta falacia). Pero vuelvo al inicio sobre lo complejo y lo sencillo. La carrera que me resultó de la segunda opción, me trajo conocimientos que me enseñarán a vivir el resto de mi vida.
A través de la educación hemos llegado a una realidad de competencia feroz, donde la necesidad de hacer genios a los jóvenes a muy temprana edad entrega la absurda sensación de confort y penoso orgullo. Las escuelas pugnan por puntajes de reconocido avance académico. Todo debe ser primeros puestos, tonta necesidad de reconocimiento. Las escuelas llegarán así finalmente a la devastadora realidad de mecanizar corazones, robotizar cerebros y automatizar vidas. Pero No, en nuestro querido Liceo hacen más que eso. Realmente más; realmente formadores de identidad personal, social, cultural… formadores de buenas vidas, de buenas personas.
En sus salones conocí la picardía del profesor Vicente, el ímpetu de la profesora Jacqueline (entonces directora), la voz minúscula de la profe Patricia, los ojos blancos de la profe Tatiana cuando renegaba y su pintoresco portatizas rosado. Escuché la clásica “yegua en la era” en la voz de tenor del profe Rogelio, aprendí a jugar ping pong con el profe Marcelino, me maravillé con cada palabra sobre biología salida del profe Cancino, me enamoré como todos de la sonrisa de la Profe Gabriela y me ponía nervioso como a muchos también la risa estridente de la señorita Gladys, secretaria de entonces.
En sus salones descubrí mis talentos, una capacidad de liderazgo que jamás creí tener. En sus praderas descansaron mis pies encallecidos por el esfuerzo de trabajar al ritmo de mis compañeros, mis manos también supieron gotear sus ampollas, también supe levantarme a primera hora como todos buscando becerros (que acabaron en el silo y salían borrachos), levantando vacas muchachonas, mandándoles besos al aire (gracioso sonido de arreo), vi de mi boca emanar el vapor en esas mañanas congeladas y escuché crujir el suelo granizado a cada paso que se daba. También me subí a los árboles en noches de temporales a llorar mis recuerdos y mis pesares. Supe bailar la cueca con mi amigo Nano en el internado, supe enseñarle saya a mi amigo Hugo. Aprendí a saber acariciar a una guitarra. Fui vitoreado jugando ping pong y pifeado jugando al fútbol. Conocí la incondicionalidad de la amistad en mis amigos (hoy en día una utopía). También fui adoptado por las tías de la escuela (que siempre suelen acoger niños descarriados y huachos como uno). Viajé a muchas casas y recibí el amor que suelen designarle solamente a sus hijos. Me he recostado también sobre los fardos en los trigales, en noches despejadas contando las estrellas que se desprenden y caen; y como más de uno le he hablado a la Luna y mucho. Me defendieron muchas veces; y los defendí cuando tuve la oportunidad. Entendimos que en nada éramos diferentes. Que los límites de pronto son leyenda urbana; y la historia volvimos a escribirla.
Es imposible resumir en miles de líneas todo lo aprendido día por día en una escuela que me abrió las puertas de par en par; que me quitó la mitomanía de raíz cuando estuve acostumbrado a creer que la amistad y el amor a ese nivel sólo existía en la fantasía de todos mis cuadernos escritos. Nada hay en mi interior que sea mayor al agradecimiento que guardo por todos ustedes, desde Santiago hasta Temuco… Y todas las historias de jóvenes que como uno, coincidimos en un mismo Liceo (decisión para algunos sencilla, decisión para otros compleja).
Gracias a todos. Infinitas gracias. Felicidades en sus reuniones. Dios los colme de bendiciones… Por favor, hagan extensivo mis saludos a todos.
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